Bienvenidos a este tercer domingo de Adviento, en el que la tónica principal es la alegría, lo que es enfatizado por la antífona de entrada de esta fiesta del Señor. ¨Estad siempre alegres¨ esta es una consigna repetida en el Adviento que debe permanecer todo el año, pues esta es una de las características del Cristiano. El Señor esta cerca, su proximidad no debe ser motivo de tristeza sino de gozo.
En la primera lectura de hoy, tomada del libro del profeta Isaías, podríamos ver como el punto final de las profecías de Isaías relacionadas con el Mesías, escucharemos la más preciosa continuación y culminación de cuanto el profeta había predicho de la futura teocracia mesiánica, es la expresión plástica de la ilusión y confianza totales en Dios de un pueblo en el destierro, carente de todo aquello que había constituido las delicias de su corazón.
El apóstol Santiago, en la segunda lectura de este día, aconseja la paciencia, que debe entenderse no principalmente en el sentido de la permanencia o continuación en el camino emprendido, sino en el sentido que habitualmente damos a esta palabra de resignación casi pasiva, aunque sea con la esperanza puesta en Dios.
El evangelio de hoy es del libro de Mateo, en el habla sobre Juan el Bautista, quien se presentó en el desierto de Judea predicando un ¨bautismo de penitencia para la remisión de los pecados¨. Pero la razón última de su misión estaba en anunciar ¨al que había de venir¨, el era el mensajero, el heraldo que había de venir a anunciar la presencia del Mesías y a preparar sus caminos. Era el precursor del Mesías.
Este es el enlace de las lecturas y el vídeo de la liturgia de la Palabra de este domingo.